Alemania, la evolución de una revolución

“Con la reunificación, Alemania será futbolísticamente imbatible”. Hay frases que resultan lapidarias, aunque las pronuncien mitos de este deporte como Franz Beckenbauer. Lo hizo, embriagado de éxito, tras conquistar Alemania Federal el tercer Mundial de su historia. Desde entonces, desde 1990 apenas alzaron un título, un bocado de gloria que cumple ya su mayoría de edad sin nueva compañía en la vitrinas. Mucho ha cambiado el fútbol y mucho ha cambiado Alemania desde ese verano del 96, en que al ritmo de Three Lions, Klinsmann levantara la última Eurocopa para la Mannschaft.
La selección germana está aupada en valores que han representado desde siempre a la sociedad y la cultura alemana: la fuerza, la eficiencia o el pragmatismo. Apoyados en su fuerza física y en la organización del bloque, siguieron compitiendo como un solo país, más unido y más fuerte, si cabe. Y sin embargo, los éxitos desaparecieron hasta que los fracasos obligaron a un cambio de rumbo que alcanzó a los diferentes estratos de la población alemana. Mientras todo eso ocurría, una nueva generación de germanos, cada vez menos rubios y altos, hijos y nietos de inmigrantes, crecían en la globalidad de sus barrios. Ajenos a la rivalidad enquistada con los Países Bajos que dominó los primeros años de la década de los 90, o las diferencias que un muro había marcado en el día a día de sus antepasados. Es esta generación la que se ha presentado en Brasil para enseñar al mundo una Alemania cosmopolita que quiere someter a todos con la pelota.
LA REUNIFICACIÓN ALEMANA
Los albores de esa generación se sitúan alrededor de la reunificación alemana. Esta serie de cambios políticos y sociales, acontecidos entre 1989 y 1990, tuvieron consecuencias en todos los ámbitos de la vida alemana. En primer lugar Alemania recobró su plena soberanía tras quedar suprimido el régimen de control político y militar de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial. Las tropas soviéticas se retiraron gradualmente de la Alemania Oriental gracias a los pactos Dos más Cuatro y en todo el territorio alemán se recuperó el sufragio universal y la estructura parlamentaria desarrollada en tiempos del Reichstag. Los ciudadanos pudieron transitar libremente por el país tras abrirse las fronteras entre la parte occidental y oriental. Mientras, en esta última se consiguió una mayor democratización de la vida pública y una estabilidad económica necesaria para igualarse a la zona occidental. Aunque para lograr esa igualdad hubiera que tocar el bolsillo del contribuyente, con una elevación de impuestos.
Ello conllevaría una actitud más crítica con la contribución de los extranjeros a la vida alemana. Y es que durante la última década del siglo XX, Alemania endureció considerablemente las leyes de asilo. Poco importó que aproximadamente el 10% de la población en aquella época fuera extranjera, e incluso hasta mediados de los noventa se extendió entre la opinión pública la idea de que la Alemania reunificada no era un país de inmigración. Algo que contradecían los números y posteriormente, el fútbol. Ese fue el paisaje en el que crecieron los hombres que pueden alterar para siempre la historia del fútbol alemán. Una época de apertura y oportunidades de la que ellos, más tarde se beneficiarían.
En Italia’90, en los inicios de una nueva etapa para Alemania los hombres de Beckenbauer todavía respiraban puro aroma teutón. Augenthaler, Andreas Brehme, Lothar Matthäus o Rudi Völler formaban la columna vertebral rodeados de nuevas figuras como Kohler, Reuter, Berthold o Klinsmann. Una maquinaria 100 % alemana que representaba como nadie la idiosincrasia de un pueblo acostumbrado a lograr lo que se proponía. Esa victoria mundial irrumpió tras la caída del Muro de Berlín, cuando Alemania se preparaba para presentarse al mundo sin siglas, unida y más fuerte que nunca. En esos momentos no solo había que reflotar la parte oriental más atrasada, sino que ésta también comenzaría a nutrir desde entonces a laMannschaft. Mattias Sammer, Ulf Kirsten o Thomas Doll comenzaron a ser habituales en la nueva Alemania de Berti Vogts. El futuro de Alemania se presentaba fabuloso, pero tanto deportiva como políticamente las dificultades se sucedieron.
Berti Vogts renovó aquel equipo campeón y logró la Eurocopa de 1996. Pero en el campeonato doméstico, tras la implantación de la Ley Bosman, el jugador alemán se aventuró a salir del país. Aquello supuso una merma del producto nacional y la consiguiente aparición de extranjeros de menor talento, que provocaron un tapón en la progresión de los jóvenes valores. La estrepitosa derrota ante Croacia (3-0) en el Mundial de Francia’98 fue el primer toque de atención. La situación no mejoró en la Euro 2000. Eliminada en la primera fase, la Federación Alemana de Fútbol (DFB) se dio cuenta de que sus sistemas de trabajo se habían anclado en el pasado. La maquinaria se activó desde los cimientos para activar al gigante. Se trabajó con las categorías inferiores de cada club, se reformó la distribución de dinero en la Bundesliga haciendo un reparto más equitativo, e incluso aparecieron nuevas pinceladas de un fútbol más asociativo. Los primeros resultados se obtuvieron en el Mundial de Corea y Japón, donde alcanzaron la final. El siguiente, sería en casa y había que estar a la altura.
2006: TRAMPOLÍN Y RESPONSABILIDAD
El primer partido que quiso ganar Alemania en ese Mundial fue el de la hospitalidad y la imagen del propio país. Consciente de que todo el planeta fijaría su ojos en ellos, tanto el gobierno federal, como los clubes de fútbol, el sector económico germano y los grupos políticos más destacados aprovecharon esta oportunidad para presentarse como un país tolerante y cosmopolita. La dedicación, el compromiso y el entusiasmo del pueblo alemán fue otro gran empuje para la Copa del Mundo, y también para el propio equipo nacional. Bajo el nombre de Tierra de Ideas se puso en funcionamiento una campaña de marketing que se llevó a cabo desde varios meses antes del pitido inicial del Mundial. Esta campaña se centró en las innovaciones recientes que ofrecían tanto las instituciones públicas y privadas como las universidades e institutos de investigación, las empresas e incluso incluía proyectos sociales y culturales.
Esas campañas auspiciadas por el canciller federal, Gerhard Schröder, pretendían promocionar a Alemania en todo el mundo como el país idóneo para invertir. En esa tarea también participaron las embajadas en el extranjero y socios como la Cámara de Industria y de Comercio. El comité organizador del Mundial también colaboró con la agencia de turismo para presentar la riqueza de paisajes y lugares que Alemania podía ofrecer como destino turístico. Para completar la oferta, el gobierno federal patrocinó el Programa de Arte y Cultura, con el que dar a conocer las expresiones artísticas y las tradiciones que han marcado el carácter germano. Como consecuencia de esta apuesta, y tras la celebración del Mundial 2006, tanto la percepción interna y externa de la imagen del país había cambiado. Teniendo en cuenta criterios económicos, términos culturales, políticos y el atractivo turístico, las encuestas colocaron al país en segunda posición según el Índice de GMI Anholt (índice de marca-país). Todo ese cambio fue el que vivieron in situ una camada de adolescentes que estaban a punto de convertirse en cómplices necesarios de un cambio histórico. Sus nombres (Mesut, Sami, Mario, Manuel o Matt) todavía no sonaban a muchos.
La revolución continuó en el césped. Todo había arrancado dos años antes, en 2004, con una llamada telefónica. Al otro lado del teléfono estaba el nuevo seleccionador alemán, Jürgen Klinsmann. “Dudé. No sabía si quería ser segundo entrenador de nuevo, después de muchos años ejerciendo como primero. Me convenció cuando me explicó que me traspasaría competencias muy importantes, que necesitaba mi experiencia”. El que reflexiona echando la vista atrás es un desconocido entonces, Joachim Löw (Schönau, 1960), un jugador que no triunfó en la Bundesliga y emigró para hacerse entrenador. Un hombre de provincias que había dirigido en Turquía y Austria antes de convertirse en el copiloto de Klinsmann para redirigir el cambio.
En aquella llamada, a Löw le sorprendió la capacidad del actual seleccionador estadounidense para delegar y la confianza plena que le mostró. Posteriormente se reunieron a orillas del lago Como, en Italia, donde hablaron durante tres horas y le resumió su reto en un lema: “No soy tu jefe. Estamos en el mismo barco”. Ambos se habían conocido al formarse como técnicos en la escuela deportiva de Hennef, y ya entonces Klinsmann ya quedó fascinado por la forma de pensar clara y directa de Jogi: “Había sido profesional durante 18 años y ningún técnico supo explicarme cómo se movía una defensa de cuatro. Con él lo entendí en un minuto”. Y es que el reto era mayúsculo. “Queremos ser campeones del mundo”, anunció Jürgen nada más hacerse con el cargo, justo después del descalabro de la Alemania de Rudi Völler en la Euro 2004.
El dúo pronto sacudió las estructuras de la Federación y del fútbol germano. La renovación llegó dentro y fuera de la cancha. En la Mannschaft surgieron preparadores físicos importados de Estados Unidos, psicólogos deportivos, expertos de otros deportes, mientras el césped se abonaba con un juego rejuvenecido, donde se imponía un fútbol alegre. El Mundial en casa, dos años más tarde, dejó atrás la tradición avasalladora de los teutones y mostró una imagen renovada de Alemania. A lo largo de ese torneo Klinsmann creció tácticamente, sentó las bases de un estilo nuevo y Löw ganó como motivador. A partir de entonces, sería Joachim el que desarrollaría su legado.
LÖW Y LA GENERACIÓN DORADA
Sus ideas quedaron marcadas desde el principio: “Convencer a través del juego es la única manera de vencer”. Por el camino se despeñaron un rosario de tópicos y calificativos que habían alimentado al fútbol y a la sociedad alemana durante décadas: compactos, organizados, eficientes, pragmáticos… Löw ahondó en su idea, en la que las transiciones rápidas perdían fuerza para dar más protagonismo a la posesión de la pelota con sentido de ataque y defensa. Tampoco el físico resultaba ya tan importante: “Como jugador llegué a odiar los métodos de entrenamiento alemanes. Los balones medicinales me hacía sufrir”. Quería el balón para hacer daño al rival aunque su idea fuera más moldeable en sus inicios, cuando sus jugadores estaban acostumbrados a practicar otro estilo. La competitividad y el hambre de títulos aseguraban las últimas rondas de los germanos en los campeonatos internacionales, pero la victoria se resistía. España fue su verdugo en 2010. Löw hacía tiempo que miraba ya con admiración a nuestro país.
El éxito de las categorías inferiores españolas fue lo que llamó su atención. Desde su llegada a laMannschaft, Löw mandó técnicos a la Ciudad del Fútbol para examinar al detalle la manera de trabajar. Así comenzó el acercamiento hacia el juego de posición y la apuesta por el colectivo en el que prima el buen trato de balón. A ello, los alemanes añadían un físico envidiable para alterar su tradicional filosofía futbolística. El principal cambio, no obstante, radicó en la captación del talento que copiaron del modelo español. La técnica para reconocer a los mejores jugadores en edades muy tempranas se trasladó a Alemania con el modelo de las territoriales. De este modo se diseccionaba el mapa de Alemania por zonas para comenzar a captar jugadores entre los catorce y quince años. En ese momento comienzan a realizar pruebas y a seleccionar a los jugadores que defenderán la elástica nacional desde los 16 años. Entrenadores como Stielike o Hrubesch entraron a formar parte de la federación alemana tras pasar largas temporadas en España. Y los resultados no tardaron en florecer. Desde el cambio de modelo de gestión, la Mannschaftcomenzó a cosechar éxitos: campeones de Europa sub-19 en 2008, campeones de Europa sub-21 en 2009 y dos finales perdidas en 2011 y 2012 en la sub-17.
Quizá sin la confianza depositada en Jogi a pesar de la derrota en la final de la Euro 2008, nos hubiéramos quedado sin conocer su gran obra. Allí se puso fin a una generación de jugadores alemanes que pertenecían a otra época (Lehmann, Metzelder, Frings, o Ballack) y Löw abrió el camino a la generación dorada. Por calidad, técnica y liderazgo el señalado por todos para promover el cambio de juego alemán fue Mesut Özil. Junto a él hombres como Toni Kroos o Sami Khedira constituirían un centro del campo de mayor calidad y la misma brega de siempre. Bajo palos un Manuel Neuer que ha ido ganando en regularidad y juego de pies. Tasci, Aogo, Badstuber y Boateng era la línea defensiva de esa generación que maravilló a todos en 2009 y que llegó al Mundial de 2010 tan plena de confianza y como falta de experiencia.
NIETOS DE GASTARBEITER
El denominador común de la mayoría (a excepción de Kroos, Neuer o Thomas Müller) es el origen extranjero de todos ellos. Alemanes de segunda o tercera generación cuyas raíces se hunden en Turquía, Polonia, la antigua Yugoslavia, o incluso África. Son otra consecuencia del milagro económico alemán que hace 50 años abrió sus fronteras para recibir a esos obreros extranjeros que tanto necesitaba la industria germana para reflotar su producción. Con una población activa diezmada, la mano de obra no sobraba y desde Italia, España, Yugoslavia, Turquía o Grecia comenzaron a llegar gastarbeiter (trabajadores invitados), cuyos nietos han terminado defendiendo a la Mannschaft. Los miedos iniciales en una sociedad tan férrea y cerrada como la alemana provocaban que los patronos recelaran de la cultura y el carácter mediterráneo. Aunque finalmente esos temores han resultado infundados en una sociedad que hoy ha cambiado su perspectiva hacia esos inmigrantes que siguen llegando.
Cincuenta años después, de los 81 millones de habitantes de Alemania, siete millones y medio son extranjeros. La savia nueva aportada por generaciones y generaciones de ‘invitados’ han marcado de manera fundamental la actual realidad germana. Un país cosmopolita consolidado como gran potencia mundial, considerada en términos generales como la cuarta potencia mundial y la primera de Europa. Con una industria muy desarrolla, Alemania tiene en las exportaciones su principal sustento económico. Mientras, en el apartado político las grandes coaliciones entre los socialdemócratas y los democristianos han permitido una estabilidad poco dada en el resto de Europa. Desde esa tranquilidad, la canciller Angela Merkel, ha salvado el agotamiento del sistema de partidos y sigue dirigiendo con puño de hierro unas políticas internacionales que despiertan más críticas que alabanzas en el resto de Europa.
Menos tranquilo aunque igual de confiado se muestra Joachim Löw ante la presión del éxito. Un tictac que apresura a Alemania hacia la gloria tras quedarse a escasos centímetros de ella en los últimos torneos internacionales. Bajo su etiqueta de germano elegante y contracultural, aprovechando algunos de los recursos aplicados por el Bayern de Pep Guardiola, y persistiendo en una idea que arrancó hace ya una década, Jogi está cerca de coronar su gran obra: aunar juego vistoso y títulos. En juego hay mucho más que fútbol. El triunfo sería el de la nueva Alemania, el de una generación que ha roto todas las barreras culturales, sociales y deportivas. Y todos han sido partícipe en esa gran coalición que no ha denostado lo mejor del carácter alemán (representado hoy en Lahm, Podolski o Schweinsteiger), la riqueza de los nietos de los gastarbeiter o las nuevas hornadas del vértigo y la contención inteligente, que encarnan Götze, Reus o Hummels. Ese crisol busca certificar su propia evolución, bordar una nueva estrella en su pecho y volverse a sentir la potencia mundial que siempre fue con el balón en los pies.
* Emmanuel Ramiro es periodista.
Publicacion del blog de Marti Perarnau

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